El 28 de mayo de mayo del 2006 hacía su entrada al “Comando Celestial” el compañero y maestro Fermín Chávez quien fuera uno de los más grandes historiadores del peronismo y escribiera la mejor biografía de nuestra querida compañera Evita.

Fermín Chávez nació en “El Pueblito” (así se llama, aunque parezca mentira, el lugar donde nació Fermín), en la provincia de Entre Ríos, el 13 de julio de 1924. Hijo de un gaucho jordanista que, militaba en el radicalismo yrigoyenista, bebió el federalismo desde su más tierna infancia. De la boca de su madre escuchó, una y otra vez, el relato de la traición de Urquiza a Rosas que, en vez de marchar contra Río de Janeiro, marchó contra Buenos Aires. Una y otra vez, en la humilde cocina de su casa, entre mate y mate,  su padre le relató las hazañas de López Jordán.

Siendo casi un niño partió a la ciudad de Córdoba, para estudiar en el Seminario, para ser “cura” y así, el pequeño gauchito de Entre Ríos, empezó,  a cultivarse en teología y filosofía. Luego, los Dominicos se lo llevaron a la ciudad más mística  de Indoamerica, a la vieja capital imperial del Cuzco y, fue entonces que ese mismo el gauchito entrerriano conoció el corazón de la América profunda. Allí encontró al gran caudillo popular Víctor Raúl  Haya de la Torre y escuchó, en silencio, sus palabras. Palabras que denunciaban al imperialismo norteamericano y reclamaban la reunificación de la Nación indoamericana.

Fue precisamente en el Cuzco donde recibió la noticia de que, el 17 de octubre de 1945, el pueblo argentino había liberado a su conductor. Supo, entonces, que su verdadera vocación era la política, que debía volver a su patria chica, la Argentina, para incorporarse, como un soldado más,  al movimiento  de liberación nacional que conducía el Coronel  Perón y su compañera Evita. Al poco tiempo conoció a la abanderada de los humildes y ella, la propia Evita,  le contagio su fuego sagrado. Fermín Chávez quedó, para siempre, apasionado por ella.  Fue su más grande biógrafo.

Llegó, luego, la noche oscura de la “revolución fusiladota” de 1955. Esa que, en nombre de la libertad comenzó  los fusilamientos de civiles y militares. Recordó entonces Fermín, los relatos de su madre cuando, con lágrimas en los ojos, le hablaba de la cacería de los gauchos federales que el loco Sarmiento ordenó luego de la derrota de López Jordán. Vio, en junio de 1956,  como caían fusilados el General Valle y sus camaradas de armas que se habían sublevado contra la traición y la entrega de la Patria.

Pero, el gaucho jordanista, no se asustó y, en la adversidad, se agrandó su corazón y se incorporó a la Resistencia Peronista. Precisamente por aquellos años de resistencia fue que se hizo historiador, que se convirtió en el historiador del pueblo. Escribió, por entonces, la biografía de López Jordán, de José Hernández y del Chaco Peñalosa. Fueron sus amigos y compañeros de lucha José María Rosa, Arturo Jauretche y Juan José Hernández Arregui.  Acompañó a Perón cuando el gran caudillo nacional – después de 18 años de exilio – rompió el “mito del no retorno”.

En marzo de 1976, cuando los lobos asesinos le arrebataron nuevamente el poder al pueblo, convirtió su casa en una unidad básica, en una casa de refugio, en un fortín de la resistencia peronista que, esta vez, se enfrentaba a la ola de furia más feroz que conoció la Argentina desde los tiempos en que el dictador Mitre ordenara la represión de los gauchos federales luego de la batalla de Pavón.

Sólo,  Fermín editó un pequeño diario – de apenas dos o tres carillas – y no se calló ninguna verdad. Mientras otros callaban o caían asesinados, Fermín no calló. Y es que Fermín no le temía a la muerte, sabía que, más allá de esta vida hay otra vida. Fermín era un hombre de una profunda Fe.

Lo conocí cuando yo era un “gurí”, en su casa de la calle Chile, en el barrio de San Telmo. Eran todavía los días oscuros de la dictadura militar. Toque el portero, le dije que era un compañero de la juventud peronista y me recibió como si me hubiese conocido de toda la vida. Me abrió su casa, su corazón y comenzó, sin más trámite, a enseñarme desde historia argentina hasta filosofía tomista, porque Fermín era, vocacionalmente,  un gran maestro. Un maestro que no se equivocó nunca, que nunca vendió su pluma.  Por eso no votó nunca por el “Farsante de Anillaco” y denunció, días antes de que Carlos Saúl Menem asumiera su primera presidencia, que iba  a  traicionarnos. Fermín conocía bien al “Farsante de Anillaco” e intuyó la traición. Nunca votaré por Menem le decía a los compañeros que iban a consultarle pocos días antes de las elecciones, no hay que acompañarlo repetía una y otra vez luego de que Menem ganara las elecciones pero, casi ningún compañero quiso escucharlo y acompañaron  como diputados, senadores, gobernadores e intendentes la entrega más grande que jamás sufrió nuestra Patria.

Fermín se fue un 28 de mayo, el  de 2006. Nos dejó su ejemplo y sus libros.

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