Con las recientes medidas, tomadas por el gobierno argentino, tendientes a restringir las importaciones de autos de lujo y, de juguetes como la famosa muñeca Barbie –medidas que han sido ridiculizadas por la prensa mundial- Argentina comienza a imitar las políticas económicas que durante años llevaron adelante Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Suiza, Japón, Canadá, Australia, y Corea del Sur. Importa destacar que, en mayor o menor medida, cada uno de los países que hemos mencionado fueron fervientes partidarios del proteccionismo económico –comenzando por Gran Bretaña- y que una vez que lograron entrar al exclusivo club de países industrializados se convirtieron en fervientes propagandistas de los beneficios del libre comercio y de la no intervención del estado en la economía. Hoy, los países desarrollados a través de sus medios de comunicación critican, ridiculizan, y hostigan, a cualquier estado de la periferia que quiera seguir los pasos que ellos mismos siguieron en su momento, para alcanzar el desarrollo industrial y tecnológico. De esa forma los países desarrollados procuran -a través de la propaganda ideológica engendrada en algunas de sus Universidades y difundida a nivel planetario por los medios de comunicación que controlan – “patear” la escalera que ellos utilizaron para convertirse en naciones desarrolladas.
La realidad es que hoy las naciones más desarrolladas –aun las recién llegadas a ese estadio -como es el caso de Corea del Sur- proponen como fórmula del éxito económico y social un camino totalmente distinto del que ellas transitaron. Hay una falsificación de la historia –construida desde los centros hegemónicos del poder mundial- que oculta el camino real que recorrieron las naciones hoy desarrolladas para alcanzar su actual estado de bienestar y desarrollo. Todas las naciones desarrolladas llegaron a serlo renegando de algunos de los principios básicos del liberalismo económico, en especial renegando de la aplicación del libre comercio, es decir aplicando un fuerte proteccionismo económico pero, hoy aconsejan a los países en vía de desarrollo o subdesarrollados la aplicación estricta de una política económica de libre comercio, como camino del éxito. Es precisamente esa falsificación de la historia la que oculta por ejemplo que, Estados Unidos fue, desde 1863 hasta la finalización de la Segunda Guerra Mundial, un bastión del proteccionismo económico y que, en 1914, se promulgó una ley estadual destinada a regular el sistema bancario prohibiendo a los bancos extranjeros abrir sucursales bancarias en el Estado de Nueva York. Es justamente esa falsificación de la historia la que oculta que, el pueblo suizo votó, en 1898, la estatización de la mayoría de las líneas férreas y que, la Confederación Helvética mantuvo, durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX, una fuerte protección arancelaria para resguardar, de la competencia extranjera, a sus incipientes industrias de ingeniería y que, Suiza se negó hasta 1907, a sancionar una ley de patentes que abarcara los inventos químicos afín de dejar las manos libres, a las empresas suizas, para que estas pudieran tomar “prestada”, sin pedir permiso, la tecnología farmacéutica y química que inventaban las empresas alemanas.
Es también esa falsificación de la historia que, en versión estándar, se enseña en la mayoría de las Universidades argentinas la que esconde que, durante 30 años, el estado japonés protegió y subsidió, de forma directa o indirecta, a sus principales fábricas de automóviles y que rescató –con dinero público- reiteradamente a Toyota de la quiebra. La historia oficial de la globalización tampoco reporta el hecho de que Japón fundó su industria siderúrgica y, su industria naval, a través de empresas del estado. La historia oficial tampoco cuenta que países como, Francia, Italia, Austria, Noruega o Finlandia aplicaron, después de la Segunda Guerra Mundial y hasta la década de 1960, aranceles relativamente altos para proteger a las industrias que consideraban vitales para su desarrollo y autonomía.
Históricamente fue Gran Bretaña –cuna de la Revolución industrial- la primera nación en actuar con una deliberada y planificada duplicidad propagando, como camino del extinto económico, una ideología completamente opuesta a las acciones que, efectivamente, había llevado a cabo y, estaba llevando a cabo, para industrializarse y progresar industrialmente. Es un hecho histórico irrefutable que, la industrialización británica, incipiente desde el Renacimiento Isabelino y, fuertemente desarrollada desde fines del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, tuvo, como condición fundamental, el más estricto proteccionismo de su mercado interno y el conveniente auxilio del Estado al proceso de industrialización. Inglaterra, la supuesta patria del librecomercio, fue, en realidad hasta mediado del siglo XIX, una de las naciones más proteccionistas de la historia. Es un hecho histórico también irrefutable que, una vez obtenido para sí, los buenos resultados de esa política, (política de proteccionismo económico e impulso estatal) Gran Bretaña se esmeró en sostener, para los otros, los principios del libre cambio y de la libre actuación del mercado, condenando, como contraproducente, cualquier intervención del Estado en la economía, cualquier intento de establecer una política proteccionista por más tenue que esta fuese. Resultó, entonces, que imprimiendo a esa ideología de preservación de su hegemonía, las apariencias de un principio científico universal de economía logró, con éxito, persuadir de su procedencia y valides, por un largo tiempo a casi todos los pueblos del mundo que, así, se constituyeron, pasivamente, en mercado para los productos industriales británicos, permaneciendo como simples productores de materias primas. La subordinación ideológica se constituyo, desde entonces, para la mayoría de los estados que integraban la periferia del sistema internacional en el primer eslabón de la cadena que los condenaba al subdesarrollo endémico y a la dependencia política más allá de que lograran mantener los aspectos formales de la soberanía. Sin embargo, en siglo XIX, algunas naciones, en ese entonces periféricas, como los Estados Unidos, Alemania y Japón lograron alcanzar el desarrollo industrial. El estudio de esos exitosos procesos de industrialización permite afirmar que todos ellos tuvieron (más allá de las diferencias y particularidades de cada uno de ellos, producto de los enormes contrastes culturales, geográficos y políticos que los separan) -dos características básicas en común. En todos los casos se verifica: 1) una vigorosa contestación al dominante pensamiento librecambista, identificándolo como ideología de dominación. Hecho que los llevó a adoptar, cuando la relación de fuerza les fue favorable, una adecuada política de protección del mercado domestico. 2) un adecuado impulso estatal al proceso de industrialización a través de subsidios cubiertos o encubiertos a la industria incipiente y a las actividades científico tecnológicas.
Importa precisar que, en el siglo XX, Canadá, Australia, y Corea del Sur siguieron, con éxito, el ejemplo de Estados Unidos, Alemania y Japón. Es por ello que sostenemos como hipótesis que todos los procesos de desarrollo exitosos fueron el resultado de una insubordinación fundante es decir el resultado de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación ideológica para con el pensamiento dominante (insubordinación que rompe el primer eslabón de la cadena que ata a todos los estados al subdesarrollo y la dependencia) y de un eficaz impulso estatal que provoca la reacción en cadena de todos los recursos que se encuentran en potencia en el territorio del estado. Importa resaltar que, si el gobierno argentino se decide a profundizar su política de protección industrial Argentina estaría, entonces, en camino de realizar su propia insubordinación fundante.
Publicado: http://www.patriagrande.org.bo/articulosmarzo2011.php?idrevista=41&idarticulo=1306#
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