Estaba en Buenos Aires cuando a las 8 de la mañana del día miércoles 11 de no-viembre, mi amigo, Hugo Manini, me avisó que mi gran maestro, Alberto Methol Ferré, se estaba muriendo en un hospital de Montevideo, que le quedaban apenas días, o tal vez, horas, de vida. No pude contener el llanto y lloré. Lloré, des-consoladamente. Un sentimiento de impo-tencia y desesperación embargó mi alma al no poder cruzar el Río de la Plata para despedirme de uno de las personas que más he amado en mi vida.
No era difícil amar al maestro pues, él era, en sí mismo, fruto del amor -sus padres lo quisieron y lo amaron siempre- y él, vivió amando. Methol amó siempre, amo a sus padres, amó la vida, amó a sus amigos, amó a sus discípulos, y amó a Dios, sobre todas las cosas. Methol representa el triunfo del amor, del sacrificio y de la alegría. “Sin sacrificio no hay triunfo” me repetía siempre, con cariño, “pero, -me advertía luego- sin alegría, no hay victoria”.
Alberto Methol Ferré nació en Monte-video el 31 de marzo de 1929. Cariño-samente sus padres lo llamaban “Tucho”, un apodo cariñoso que lo acompañó toda su vida. La historia de Methol fue la historia de un niño tartamudo que, rodeado del amor de sus padres, sin per-der jamás la esperanza, viviendo siempre alegremente, pudo superar ese problema y convertirse, ya entrado los años, en el más grande orador de la América Latina. “Usted va a hablar Methol” -le dijo en sus mocedades el gerente del puerto de Montevideo- “pero como los profetas cuando tenga algo muy trascendente que comunicar”. Y, pasados los años, Methol habló. Habló incansablemente, hasta su último aliento. Y habló siempre -alegre y apasionadamente- de sus dos grandes amores: La Iglesia (a la cual el llamaba siempre la “Santa Madre”) y América Latina. Alguna vez, un amigo lo calificó de “Hegel de los cabecitas negras”, de “Hegel suramericano”, quizás sería más apropiado decir que fue el Sócrates del Río de la Plata, el Sócrates de la América del Sur.
Methol, retomando el camino de José Enrique Rodó, de Manuel Ugarte, de José Vasconcelos, de García Calderón y de Rufino Blanco Fombona -cuando sus palabras ya habían sido olvidadas y sepultadas- nos recordó y nos enseñó que la verdadera Patria era la Patria Grande.
Una, y mil veces, Methol nos recordó el pensamiento de Rodó cuando este afir-maba, que “Patria es, para los hispanoa-mericanos, la América española. Dentro del sentimiento de patria cabe el sen-timiento de adhesión, no menos natural e indestructible, a la provincia, a la co-marca; y provincias, regiones y comarcas de aquella patria nuestra, son las naciones en que ella, políticamente, se divide…La unidad política que consagre y encarne esa unidad moral -el sueño de Bolívar- , es aún un sueño cuya realidad no verán las generaciones hoy vivas. ¡Qué importa! Italia, no era sólo la expresión geográfica de Metternich, antes de que la cons-tituyeran en expresión política la espada de Garibaldi y el apostolado de Mazzini.”
Una, y mil veces, Methol nos recordó el pensamiento de Vasconcelos cuando éste afirmaba que: “La civilización no se improvisa ni se trunca, ni puede hacerse a partir del papel de una constitución política; se deriva siempre de una larga, de una secular preparación y depuración de elementos que se trasmiten y se combinan desde los comienzos de la Historia. Por eso, resulta tan torpe hacer comenzar nuestro patriotismo con el grito de independencia del Padre Hidalgo, o con la conspiración de Quito; o con las hazañas de Bolívar, pues si no lo arraigamos en Cauhtemoc y en Atahualpa, no tendrá sostén, y al mismo tiempo es necesario remontarlo a su fuente hispánica y educarlo en las enseñanzas que debemos derivar de las derrotas, que son también nuestras, de las derrotas de la Invencible y Trafalgar.”
Una, y mil veces, Methol nos recordó el pensamiento de Blanco Fombona cuando este afirmaba: “Los yanquis son para nosotros peores que nadie por su cercanía: son el lobo en el aprisco.”
Una, y mil veces, Methol nos recordó el pensamiento de Ugarte, cuando este afir-maba: “A todos estos países no los separa ningún antagonismo fundamental: Nuestro territorio fraccionado presenta, a pesar de todo, más unidad que muchas naciones de Europa. Entre las dos repúblicas más opuestas de la América Latina hay menos diferencias y menos hostilidad que entre dos provincias de España o dos estados de Austria. Nuestras divisiones son pura-mente políticas y, por lo tanto, con-vencionales. Los antagonismos, si los hay, datan, apenas, de algunos años y más que entre pueblos, son entre los gobiernos. De modo que no habría obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países que marchan por el mismo camino y hacia el mismo ideal. Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear, en fuerza, los del Norte”.
A las izquierdas, nunca les gustó que Methol fuese un hijo intelectual de Rodó y Vasconcelos, y a las derechas, nunca les gustó que fuese el hermano intelectual de Abelardo Ramos. Claro, Methol iba más allá de las derechas y de las izquierdas, porque Methol era “pochista”, porque Methol era también un hijo intelectual de Perón, al que Methol, en su estilo tan coloquial, cargado de cariño y admiración, gustaba llamar “el Pocho”. “¿Qué clase de pochistas son ustedes -gritaba Methol con esa voz de trueno que tenía cuando se enojaba, interpelando al pejotismo-, que se han olvidado lo fundamental del pensamiento del Pocho?” Todavía re-cuerdo el fuego de sus ojos y su voz de trueno cuando denunciaba el abandono, por parte de la mayoría de la dirigencia peronista, del pensamiento estratégico de Perón. Methol estaba entrañablemente unido al peronismo. Había nacido a la militancia política siendo uno más en las grandes manifestaciones que el viejo caudillo oriental, Herrera, convocaba para oponerse a la instalación de las bases militares norteamericanas en el Uruguay. Bases que estaban destinadas a intimidar a la Argentina peronista. Conviene re-cordar que durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos trató de con-vencer al Brasil de que bombardeara Buenos Aires. Aviones norteamericanos, piloteados por norteamericanos, pero pintados con los colores del Brasil, bombardearían la capital Argentina, a cambio, el Brasil recibiría la Mesopotamia. Felizmente, el destino de Brasil estaba conducido por el gaucho Getulio Vargas quien se negó, rotundamente, a que el Brasil se prestara a aquella terrible infamia. Fue por aquellos días en que Methol conoció el pensamiento de Perón y en que comprendió, por siempre, que la unidad de la América Latina requería como condición previa la unidad de la América del Sur y que la condición sine qua non de la unidad de la América del Sur, era la unidad argentino brasileña. Fue entonces que fundó la primera revista “Nexo” porque el Uruguay que había sido “Banda Oriental” o provincia “Cisplatina”, “debía ser” el nexo de la unidad entre Argentina y Brasil.
Duró poco tiempo aquella primera revista “Nexo”, en la cual, junto a Methol, estaba ese gran patriota e historiador latino-americano que fuera Washington Reyes Abadie. Fueron ellos, grandes e insepa-rables amigos. Data también, de aquellos tiempos, la entrañable amistad de Methol con Ramos. Grande fue el asombro del marxista Ramos cuando luego de la publicación de su primer libro “América Latina, un país” recibiera una carta del católico Methol felicitándolo por la publicación del libro. Se conocieron en-tonces, y fueron amigos inseparables, hasta el final de la vida de Ramos.
Importa destacar también, que fue en 1955 a raíz de la derrocamiento de Perón por a revolución fusiladora que don Arturo Jauretche se exilia en Montevideo y que, el joven Methol, siempre ávido por a-prender, acudió al encuentro del maestro. Don Arturo lo adoptó como a un hijo. Eran años en que la historia corría de prisa. Vendría luego la Revolución cubana y su enorme influjo sobre la juventud latino-americana. Methol escribía, por en-tonces, en la revista “Vísperas”, y sintió la necesidad de evitar el “holocausto”. Alzó su voz, entonces, para advertir que la juventud estaba siendo conducida a un “sacrificio inútil”, dado que, en América del Sur, los movimientos guerrilleros jamás podrían derrotar a los ejércitos regulares. Que la política de la muerte conducía a la muerte de toda política. Salvó la vida de cuanto muchachos pudo. Entre ellas la de su querido sobrino. Una orgía de violencia y de terror, ensangrentó, entonces, la América Latina toda. Methol trabajaba en el puerto de Montevideo y al producirse la interrupción del orden constitucional en Uruguay, no dudó un minuto en denunciar al golpe cisplatino y cipayo. Expulsado del puerto y sin trabajo, la Providencia lo condujo al CELAM. Fueron los años más felices de su vida. Recorrió una y otra vez, la América Latina toda. Se enfrentó intelectualmente a Gutiérrez y a su “Teología de la Liberación”. Derrotó a ambos. Años más tarde, sin embargo, no le temblaría el pulso a Methol para denunciar, que la derrota de la “Teología de la Liberación”, había servido, lamen-tablemente, para que los sectores más retrógrados del catolicismo se olvidaran de los pobres. Methol, durante los años en que trabajo en el CELAM, desarrolló un gran pensamiento teológico. Pocos saben que fue Methol, el autor intelec-tual de la parte sustancial del deter-minante y trascendente “Documento de Puebla”. A él, tampoco le gustaba decirlo. Pero hay que decirlo, porque la Iglesia está en deuda con Methol. Si las Univer-sidades Católicas no fueron capaces, en vida de Methol, de otorgarle el doctorado honoris causa, que por la potencia inte-lectual que aportó a la “Santa Madre”, merecía largamente, sería un acto de justicia que lo haga ahora, hoy, post morten. Ojalá así sea, aunque lo dudamos mucho, pues la mayoría de esas univer-sidades están infectadas del virus liberal y desconocen la obra del más grande pensador católico latinoamericano del siglo XX.
Methol, el “Cid Campeador de la América del Sur”, fue una especie de gladiador intelectual que en cada batalla se jugaba la vida. Era asombroso su desprecio por lo que algunos llaman la “prudencia inte-lectual” -consistente en medir las palabras para no ofender al César de turno- Methol, amaba más la verdad, que la prudencia. Su vida fue una lucha por la reconquista de la unidad de la América Latina. En los últimos años, le “dolía” la Argentina. Él, que gustaba presentarse como un “argentino oriental”, repetía constantemente, con gran congoja, “la Argentina está dormida, atontada y todos la necesitamos porque sin Ar-gentina no hay integración sino hege-monía”. Hace exactamente un año, estábamos en el jardín de mi casa y ahora, retrospectivamente, me doy cuenta que nos estaba dictando su testamento político, que nos estaba indicando las nuevas batallas que deberíamos afrontar. El objetivo estratégico era el mismo de siempre: la construcción del Estado Continente Suramericano, para que podamos incorporarnos, por fin, a la historia, como protagonistas y no como sirvientes pero, la batalla táctica pasaba por derrotar al “porteñaje neorivadaviano” que propone ahora la alianza con el Brasil, pero una alianza de espaldas a nuestros hermanos hispanoamericanos. Lo veo caminando por el jardín, repitiéndome, una y otra vez, “El porteñaje no quiere ser aliado del Brasil, tiene vocación de sirvienta, quiere ser súcubo del Brasil para dominar hacia adentro, no le importa la suerte de Salta, de Formosa, del Chaco o de Jujuy como no le importa la suerte de Bolivia, el Paraguay o el Uruguay”. Le alcanzaba también el tiempo para ayudarla a mi hija, María Inés, a hacer la tarea escolar, y para brindarle su afecto a mis hijos Juan Carlos y Antonio. Claro porque Methol amaba y brindaba su amor a los que lo rodeaban. Volvía luego a describir cruelmente la realidad de una Argentina que, luego de la muerte de Perón, había perdido -según Methol- su espíritu de grandeza, pero su discurso no tenía dejo alguno de desesperanza. Estaba seguro que nada de lo que decía era en vano. Estaba seguro de que algún día, miles de latinoamericanos, harían realidad el sueño de San Martín, de Bolívar, de Artigas, de Rodó, de Ugarte y de Perón. Un “sueño” que era, también, el suyo. Estaba seguro que al final del camino, Dios lo esperaba. Hoy, su alma ya está con Dios. Nosotros, que fuimos sus amigos, compañeros y discípulos trabajaremos con alegría para entregarle el único regalo que él, desde el cielo, espera de nosotros: la unidad de la América del Sur, la reconstrucción de la Patria Grande. Si así no lo hiciésemos, que Dios, la Patria y el querido “Tucho”, desde el cielo, nos lo demanden.

Publicado: http://www.institutojauretche.edu.ar/barajar/num_13/nota05.html