Conferencia Magistral pronunciada por Marcelo Gullo en la Universidad de Sevilla el 10 de octubre del 2018.
Estamos apenas, a algunas horas de festejar el día de la Hispanidad.
¿Cómo no referirnos, entonces, en nuestras primeras palabras, justamente en la ciudad de Sevilla -que fue informalmente la capital de Hispanoamérica aunque ella, hoy, lo ignore-, a tan importante fecha?
Sin embargo, por otra parte, la lógica nos indica que es preciso comenzar esta conferencia explicando el título elegido para la misma, que guarda, aunque las apariencias engañen, una relación íntima y estrecha con el hecho histórico que nos aprestamos a conmemorar.
De la mera observación objetiva del escenario internacional, se desprende que la igualdad jurídica de los Estados es una simple ficción, por la sencilla razón de que algunos estados son más poderosos que otros, lo cual lleva a que el derecho internacional sea un obstáculo imposible de sortear por el más débil y sencillo de atravesar para el más fuerte.
Los Estados existen como sujetos activos del sistema internacional en tanto y en cuanto poseen poder. Poder militar, poder económico y, sobre todo, poder cultural.
Sólo los Estados que poseen poder, son capaces de dirigir su propio destino. Aquellos estados sin poder militar, económico y cultural suficientes para resistir la imposición de la voluntad de otro Estado, son objeto de la historia porque son incapaces de dirigir su propio destino.
Por la propia naturaleza del sistema internacional, los Estados con poder, tienden a constituirse en estados líderes o a transformarse, en Estados subordinantes y, por lógica consecuencia, los Estados desprovistos de los atributos del poder suficiente, en materia militar, económica y cultural, para mantener su autonomía, tienden a devenir en Estados vasallos o Estados subordinados, es decir, a convertirse en colonias informales o semicolonias, más allá de que logren conservar los aspectos formales de la soberanía.
En esos Estados, cuando son Estados democráticos, las grandes decisiones nacionales, no son tomadas por sus instituciones formales como los Parlamentos, sino que se toman de espaldas a la mayoría de su población y, casi siempre, allende sus fronteras.
Los Estados democráticos subordinados, poseen una democracia de baja intensidad. Lógicamente, existen grados en la relación de subordinación, que es una relación dinámica y no estática.
La hipótesis sobre la que reposan las Relaciones Internacionales, como sostiene Raymond Aron, está dada por el hecho de que las unidades políticas se esfuerzan en imponer, unas a otras, su voluntad.[1]
La Política Internacional comporta, siempre, una pugna de voluntades: voluntad para imponer o voluntad para no dejarse imponer, la voluntad del otro.
Para imponer su voluntad, los Estados más poderosos tienden, en primera instancia, a tratar de imponer su dominación cultural.
Las más de las veces, esta dominación cultural la logran, los Estados poderosos, falsificando la historia del propio Estado que se proponen dominar.
El ejercicio de la dominación, de no encontrar una adecuada resistencia por parte del Estado receptor, provoca la subordinación ideológico-cultural que da, como resultado, que el Estado subordinado sufra de una especie de síndrome de inmunodeficiencia ideológica, debido al cual, el Estado receptor pierde incluso, la voluntad de defensa cultural y toma la historia construida por el otro, como propia. Cae entonces, dicha Nación, la Nación receptora, en un estado de subordinación pasiva inevitable y muchas veces irreversible.
Podemos afirmar, siguiendo el pensamiento de Hans Morgenthau, que el objetivo ideal o teleológico de la dominación cultural, en términos de Morgenthau, “imperialismo cultural” consiste en la conquista de las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política del Estado en particular y la cultura de los ciudadanos en general, al cual se quiere subordinar. Definiendo el concepto de “Imperialismo cultural”, Hans Morgenthau afirma:
“Si se pudiera imaginar la cultura y, más particularmente, la ideología política de un Estado A con todos sus objetivos imperialistas concretos en trance de conquistar las mentalidades de todos los ciudadanos que hacen la política de un Estado B, observaríamos que el primero de los Estados habría logrado una victoria más que completa y habría establecido su dominio sobre una base más sólida que la de cualquier conquistador militar o amo económico. El Estado A no necesitaría amenazar con la fuerza militar o usar presiones económicas para lograr sus fines. Para ello, la subordinación del Estado B a su voluntad se habría producido por la persuasión de una cultura superior y por el mayor atractivo de su filosofía política.” [2],
Sin embargo, para algunos pensadores, como Juan José Hernández Arregui, la política de subordinación cultural tiene como finalidad última, no sólo la “conquista de las mentalidades” sino la destrucción misma del “ser nacional” del Estado sujeto a la política de subordinación.
Y, aunque generalmente, reconoce Hernández Arregui, el Estado emisor de la dominación cultural (el “Estado metrópoli”, en términos de Hernández Arregui), no logra el aniquilamiento del ser nacional del Estado receptor, el emisor sí logra crear en el receptor, “…un conjunto orgánico de formas de pensar y de sentir, un mundo-visión extremado y finamente fabricado, que se transforma en actitud «normal» de conceptualización de la realidad [que] se expresa como una consideración pesimista de la realidad, como un sentimiento generalizado de menorvalía, de falta de seguridad ante lo propio, y en la convicción de que la subordinación del país y su desjerarquización cultural, es una predestinación histórica, con su equivalente, la ambigua sensación de la ineptitud congénita del pueblo en que se ha nacido y del que sólo la ayuda extranjera puede redimirlo.” [3]
Preciso es destacar que, aunque el ejercicio de la subordinación cultural por parte del Estado emisor no logre la subordinación ideológica cultural total del Estado receptor, puede dañar profundamente la estructura de poder de este último, si engendra, mediante el convencimiento ideológico y la falsificación de la historia, una vulnerabilidad ideológica que resulta ser -en tiempos de paz – la más peligrosa y grave de las vulnerabilidades posibles para el poder nacional porque, al condicionar el proceso de la formación de la visión del mundo de una parte importante de la ciudadanía y de la elite dirigente, condiciona, por lo tanto, la orientación estratégica de la política económica, de la política externa y, lo que es más grave aún, corroe la autoestima de la población, debilitando la moral y el carácter nacionales, ingredientes indispensables – como enseñara Morgenthau – del poder nacional necesario para llevar adelante una política tendiente a alcanzar los objetivos del interés nacional.
Preciso es afirmar, a esta altura de nuestro discurso, que la “Leyenda negra”, de la conquista española de América constituyó el principal ingrediente del imperialismo cultural anglosajón para derrotar a España y dominar Hispanoamérica.
“El menosprecio hacia España arranca de los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra”, afirma el filósofo marxista, Hernández Arregui, a quien nadie, en su sano juicio, podría acusar de “falangista.”
“Es un desprestigio de origen extranjero –sostiene Arregui- que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas. Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo.”[4]
Reflexionando sobre el descubrimiento y conquista de América, el gran historiador argentino Jorge Abelardo Ramos, enrolado desde muy joven en las filas del socialismo de inspiración trotskista, afirma que, (cuando) “…el 12 de octubre de 1492, el ligur Cristóbal Colón descubre a Europa la existencia de un Orbis Novo…no sólo fue el eclipse de la tradición ptoloméica y el fin de la geografía medieval. Hubo algo más. Ese día nació América Latina y con ella, se gestaría un gran pueblo nuevo, fundado en la fusión de las culturas antiguas.” [5]
Para el mismo Jorge Abelardo Ramos, el 12 de octubre, es el día de nacimiento de América Latina y esto, es un hecho irreversible – según Ramos – independientemente de que esa fecha sea nominada (como) “…descubrimiento de América, o Doble Descubrimiento o Encuentro de dos Mundos, o genocidio, según los gustos, y sobre todo, según los intereses, no siempre claros…” [6]
Prístinas, son las palabras de Abelardo Ramos que nos señala la existencia de intereses “no siempre claros”, al momento de reflexionar sobre el descubrimiento de América.
Sin embargo, aún ese gran historiador argentino cae en un error conceptual que es precisamente el origen de nuestra pasiva subordinación cultural tanto de un lado como del otro del océano Atlántico.
Nosotros, no somos latinoamericanos somos hispanoamericanos. Y no lo somos porque, -como explica el gran pensador marxista Juan José Hernández Arregui, a quien, como ya dijimos resulta imposible catalogar de franquista-, porque el concepto de América latina, es un concepto falso, un término creado en Francia y luego, utilizado por los Estados Unidos que, “disfraza una de las tantas formas de colonización mental”[7], tan viva hoy en Hispanoamérica, como en España.
Pasivamente subordinados ideológicamente, por el peso de la “Leyenda Negra”, de un lado y del otro del Atlántico, desechamos el término Hispanoamérica, concepto que, revindicado a comienzos del siglo XX, por el gran escritor uruguayo José Enrique Rodo, no deja de lado, a su entender, al Brasil sino que lo incluye, pues de la Hispania Romana formaron parte tanto la actual España, como el Portugal de nuestros días. Porque Portugal, agregamos nosotros, nació del Reino de León, y toda su existencia desde su nacimiento hasta la muerte del querido Rey Sebastián, -acontecida en 1578, en las tórridas tierras de Marruecos bañadas por el Alcazalquivir cuando intentara la reconquista del norte del África para la Fe de Cristo-, giró en torno a la dialéctica unidad-independencia, que llevó a que las dos coronas, durante todo ese tiempo, buscaran la reunificación, a través del matrimonio de sus hijos.
Pasivamente subordinada, ideológica y culturalmente, a través de la falsificación de la historia de la conquista, Hispanoamérica olvidó a su progenitora pero, más grave aún, España también pasivamente subordinada, ideológica y culturalmente, por la historia que construyeron sus enemigos, olvido su “maternidad metafísica.” Leyenda Negra, de la conquista de América que fue pulverizada por la crítica histórica seria, tal y como lo reconoce el mismísimo literato y abanderado del pensamiento liberal, Mario Vargas Llosa, de quien nadie podría sospechar simpatías franquistas o abrigo de viejos sueños imperiales trasnochados.
Una “Leyenda Negra” que, como reconoce Vargas Llosa, es una “construcción intelectual ficticia” que, desde “hace siglos distorsiona profundamente la historia de España y ridiculiza a su pueblo”. Pero una Leyenda Negra que, como justamente reconoce el gran escritor peruano esta “todavía muy viva porque los propios españoles no han querido ni sabido contradecirla.”[8]
Es por ello que, siguiendo a Hernández Arregui afirmamos que: “La leyenda contra España erigida por los anglosajones, debe ser desarmada por los hispanoamericanos, más que por los españoles…España tendrá que reconquistarse a sí misma desde América.” [9]
Y a esa tarea nos abocamos también en esta conferencia.
Según Elvira Roca Barea –afirma Vargas Llosa -,“la leyenda negra antiespañola fue una operación de propaganda montada y alimentada a lo largo del tiempo por el protestantismo -sobre todo en sus ramas anglicana y calvinista- contra el imperio español y la religión católica para afirmar su propio nacionalismo, satanizándolos hasta extremos pavorosos y privándolos incluso de humanidad. Da, de ello, ejemplos abundantes y de toda índole: tratados teológicos, libros de historia, novelas, documentales y películas de ficción, cómics, chascarrillos y hasta chistes de sobremesa.” [10]
Conviene recordar aquí, algunas de las voces que en Hispanoamérica se atrevieron a contradecirla esa leyenda.
En mi patria chica, la República Argentina, todos nuestros grandes líderes populares, Artigas, Quiroga, Rosas, Yrigoyen y Perón se enfrentaron a la leyenda negra porque intuían, en esa falsa interpretación de la historia de la conquista española de América, la mano oculta de la “pérfida Albión”.
Permítaseme precisar y recordar, en tiempos en que en mi patria chica se usa la figura de Evita para justificar un endeble “progresismo indigenista”, aquello que con esa pasión que le brotaba del corazón y le quemaba el alma repitiera, una y mil veces, Evita, adelantándose con intuición femenina, a aquello que científicamente comprueba, en nuestros días, la historiadora María Elvira Roca Barea, “La leyenda negra – afirma Eva Perón- con la que la Reforma se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los siglos, como fueron el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el mercado de los tontos o de los interesados.”[11]
También, en honor a la verdad histórica, a propósito de la conquista de América, permítaseme citar aquí el pensamiento de Juan Domingo Perón quien, conviene recordarlo, murió envuelto en el amor de su pueblo y cercado por el odio de la oligarquía y el desprecio de algunas agrupaciones juveniles que, optando por el camino de la muerte y la violencia, llevaron a la muerte de toda política.
El 12 de octubre de 1947 Perón, refiriéndose a la conquista española de América, afirmaba:
“Su empresa tuvo el sino de una auténtica misión. Ella no vino a las Indias ávida de ganancias y dispuesta a volver la espalda y marcharse una vez exprimido y saboreado el fruto. Llegaba para que fuera cumplida y hermosa realidad, el mandato póstumo de la Reina Isabel de “atraer a los pueblos de Indias y convertirlos al servicio de Dios”. Traía para ello la buena nueva de la verdad revelada, expresada en el idioma más hermoso de la tierra. Venía para que esos pueblos se organizaran bajo el imperio del derecho y vivieran pacíficamente. No aspiraban a destruir al indio sino a ganarlo para la fe y dignificarlo como ser humano…como no podía ocurrir de otra manera, su empresa fue desprestigiada por sus enemigos, y su epopeya objeto de escarnio, pasto de la intriga y blanco de la calumnia, juzgándose con criterio de mercaderes, lo que había sido una empresa de héroes. Todas las armas fueron probadas: se recurrió a la mentira, se tergiversó cuanto se había hecho, se tejió en torno suyo una leyenda plagada de infundios y se la propaló a los cuatro vientos.
Y todo, con un propósito avieso… fomentar así, en nosotros, una inferioridad espiritual propicia a sus fines imperialistas, cuyos asalariados y encumbradísimos voceros, repetían, por encargo, el ominoso estribillo cuya remunerada difusión corría por cuenta de los llamados órganos de información nacional…España, nuevo Prometeo, fue así amarrada durante siglos a la roca de la Historia.”[12]
Por si cupiese alguna duda, la motivación proselitista religiosa de la conquista de América, de las que nos habla el presidente argentino Juan Domingo Perón, fue claramente identificada, también por dos grandes autoridades del marxismo hispanoamericano como fueron, el peruano José Carlos Mariátegui y el argentino Rodolfo Puiggrós.
Es, en ese sentido que José Carlos Mariátegui afirma:
“He dicho ya que la Conquista fue la última cruzada y que con los conquistadores tramontó la grandeza española. Su carácter de cruzada define a la Conquista como empresa esencialmente militar y religiosa. La realizaron en comandita soldados y misioneros…La ejecución de Atahualpa, aunque, obedeciese sólo al rudimentario maquiavelismo político de Pizarro, se revistió de razones religiosas…Después de la tragedia de Cajamarca, el misionero continuó dictando celosamente su ley a la Conquista. El poder espiritual inspiraba y manejaba al poder temporal…el cruzado, el caballero, personificaba una época que concluía, el Medioevo católico.” [13]
En el mismo sentido, Rodolfo Puiggrós sostiene que:
“La conquista de América, prolongó las cruzadas a un escenario de magnitud y características desconocidas por el soldado europeo…Ninguno estaba habilitado, como el español, para tarea tan gigantesca. Casi tres siglos antes (1212) , en la gran batalla de las Navas de Tolosa que deshizo al ejército musulmán, los cincuenta mil caballeros y peones franceses, provenzales, bretones, italianos, alemanes e ingleses defeccionaron y los ibéricos solos (soli hispani), dieron la pelea y obtuvieron la victoria. Desde entonces guerrearon contra el Islam sin ayuda extranjera…De no aparecer en su camino el Nuevo Mundo, es seguro que los castellanos hubiesen perseguido a los súbditos del Islam, más allá del estrecho de Gibraltar. El ambicioso sueño de exterminarlos y reconstruir a lo largo del litoral surmediterráneo, los dominios de los primeros cristianos no fue abandonado, mientras América no absorbió las energías de España hasta dejarla exhausta…España -concluye Puiggrós -, volcó en el Nuevo Mundo su sentido misional cristiano que, formado en la guerra antiislámica… inyectó a las sociedades que creó del otro lado del océano, el trascendentalismo religioso que, en las postrimerías del feudalismo, sobrevivía a los grandes cambios sociales en marcha en el Viejo Mundo.” [14]
“Contribuyó a la extensión y duración de la leyenda negra –afirma Vargas Llosa- la indiferencia con que el imperio español, primero, y, luego sus intelectuales, escritores y artistas, en vez de defenderse, en muchos casos hicieron suya la leyenda negra, avalando sus excesos y fabricaciones como parte de una feroz autocrítica que hacía de España un país intolerante, machista, lascivo y reñido con el espíritu científico y la libertad.”[15]
En definitiva la “Leyenda negra” a través de la cual se produjo la subordinación cultural pasiva de España, que dura hasta nuestros días y que la lleva a no reconocer a sus hijos y a preferir en su suelo a los rubios teutones o a los árabes musulmanes, fue la obra más genial del marketing político británico.
El libro del padre De las Casas fue el primer caso en que los órganos de inteligencia de una unidad política lograban convertir una obra literaria o histórica, en un éxito mundial.
En el siglo XV, Holanda e Inglaterra, que se encontraban empeñadas en una guerra a muerte con España, decidieron utilizar, como instrumento de propaganda antiespañola, el libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias, del sacerdote español Bartolomé de las Casas y lograron convertirlo, en poco tiempo, en un éxito mundial. El libro Brevísima relación de la destrucción de las Indias, fue escrito por Fray Bartolomé, en España, hacia 1541 y publicado en Sevilla en 1552.
Desde 1579 y hasta 1648 (es decir desde la rebelión de los Países Bajos a la Paz de Westfalia), se imprimieron, en Holanda -enemiga mortal de España-, 33 ediciones de la obra de Bartolomé de las Casas ilustradas, casi todas ellas, por el grabador y editor holandés Teodoro de Bry, con láminas que expresaban en imágenes la narración que el dominico hacía de las supuestas atrocidades realizadas por los españoles en América.
Al respecto, el historiador marxista Jorge Abelardo Ramos afirma:
“En su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, y luego en su Historia General de las Indias, el Padre Las Casas ofreció una versión, exagerada por su pasión y frecuentemente plagada de inexactitudes dictadas por los peores recursos polémicos, de la crueldad española en la Conquista. La destrucción crítica de su Brevísima es sencilla y los hispanófilos ya la han realizado. Importa reiterar aquí que los rivales europeos de España, famosos genocidas y vampiros de pueblos enteros, como los ingleses y holandeses, se lanzaron sobre la obra de Las Casas como moscas sobre la miel. En las prensas de Alemania, Holanda y Gran Bretaña, se difundieron enseguida las traducciones. Al parecer, España en sus conquistas empleaba métodos sangrientos. Sus rivales, en cambio, eran filántropos rebosantes de piedad.”[16]
Preciso es aclarar que, en Hispanoamérica, “la denegación de España, de parte de la oligarquía, en su nuez, no es más que el residuo cultural mortecino de su servidumbre material al Imperio británico. Los pueblos, -afirma Hernández Arregui- se mantuvieron hispánicos, filiados al pasado, a la cultura anterior. Lo cual prueba el poder de esa cultura española que la oligarquía repudio para vivir en delante de prestado.”[17]
Es por las razones expuestas que, siguiendo al gran jesuita arequipeño Guzmán y Vizcardo, quien fuera el primero en plantear la necesidad de la independencia de la madre patria, quisiera recordarles que nosotros somos españoles americanos y ustedes españoles peninsulares.
Por ello, España fue y sigue siendo, nuestra Madre Patria.
Nosotros, no nos quisimos independizar de España sino del imperialismo borbón, de una Casa Real que se había hecho del trono de España y que, paradójicamente, había odiado siempre a la España eterna y a todo lo que España había representado.
Casa real, que habiéndose hecho dueña del trono de Isabel la Católica, la más grande mujer de la historia de España, procedió a la expulsión de la Compañía de Jesús, de las tierras de Indias, dejándonos, de esa forma, en el más completo desamparo geopolítico, militar y cultural.[18]
La expulsión de los jesuitas quebró el proceso de evangelización, dejó por años las aulas de las Universidades y Colegios vacías de grandes profesores y maestros y permitió que los “bandeirantes” se lanzaran sobre sobre las misiones jesuíticas como aves de rapiña, quemando pueblos e iglesias, con la finalidad de ocupar nuestras tierras y capturar a los mejores hombres del pueblo guaraní, para llevarlos como esclavos a las minas de San Pablo y Mina Gerais.
Una Casa Real que, habiéndose hecho dueña del trono del gran Felipe II, estableció, el año 1778, el Reglamento de Libre Comercio que truncó nuestro proceso de “protoindustrialización” y que llevó, de ese modo, a la miseria a una gigantesca masa de hispanoamericanos que desde Bogotá a Córdoba vivían de la producción artesanal de ponchos, botas, casacas y de todas las vestimentas necesarias para una vida digna porque Hispanoamérica se autoabastecía de todo lo que necesitaba.
Conviene recordar que después de la terrible derrota de la flota española en el Canal de la Mancha, América tuvo, entonces, que producir las manufacturas que España no podía enviarle o le enviaba demasiado caras o bien le despachaba muy esporádicamente. “América tuvo que bastarse a sí misma. Y ello le significó un enorme bien: se pobló de industrias para abastecer en casi su totalidad el mercado interno. Malaspina, escritor del siglo XVII, nos dice que ‘el movimiento fabril de México y el Perú eran notables’. Habla de 150 obrajes en el Perú, que a 20 telares cada uno, daban un total de 3000 telares. Y Cochabamba, según Haenke, consumía de 30 a 40 mil arrobas de algodón, en sus manufacturas.” [19]
Se había iniciado en la América española, la etapa manufacturera.
Con el Reglamento de Libre Comercio de 1778, la mayoría de la población, comenzó a empobrecerse.
El gran historiador socialista Vivian Trías, nos dice al respecto,
“La avalancha de importaciones que fluyó tierra adentro planteó una terrible competencia a la manufactura y a la artesanía vernáculas. Las tejedurías, talabarterías, etc., de las provincias mediterráneas no estaban en condiciones de competir con artículos confeccionados en los centros fabriles mecanizados de Manchester o Glasgow (entonces)el interior se estancó y luego comenzó a languidecer…” [20]
Sin embargo, es preciso aclarar que, a pesar de la miseria y desamparo que los borbones trajeron a Hispanoamérica, los pueblos andinos se mantuvieron fieles a la monarquía, porque creían que de esa forma, eran fieles a España.
Sólo en las tierras del Plata, donde la indignación por los daños provocados por los borbones era más fuerte y donde la intriga inglesa había logrado penetrar más hondamente, los pueblos se lanzaron decididamente a la lucha por la independencia.Importa destacar que la independencia, tal como la concebían los sectores populares rioplatenses, no implicaba, de modo alguno, renegar de la hispanidad – es decir de la cultura, la lengua y la religión traída por Castilla a América- sino renegar del imperialismo Borbón, de la Casa de los Borbones que, desde su llegada al trono de España, había dejado a las tierras del Plata en un absoluto desamparo económico, militar y cultural. Los sectores populares del Río de la Plata no le perdonaban a los Borbones el Reglamento de Libre Comercio, la entrega de la provincia de Río Grande del Sur a los portugueses y expulsión de los jesuitas.
Sólo en la Cuenca del Plata la independencia fue popular. En otras partes de Hispanoamérica como el Perú o Venezuela, los sectores populares eran partidarios de mantener el vínculo de unidad con España.
Hernández Arregui se atrevió a afirmar, contra la historia oficial de todas las repúblicas hispanoamericanas, que “la emancipación de España no fue en su momento deseada por los pueblos americanos…Los pueblos no anhelaban la separación de España….No se dice – sostiene Hernández Arregui- que en 1810 las masas venezolanas siguieron al capitán de fragata español Monteverde, vencedor de Miranda. Y no a Bolívar…Esas masas, ya desacreditado Monteverde, en 1813, no acompañaron a Bolívar sino a Boves, el jefe español que acaudillaba efectivamente a las clases bajas contra la aristocracia española y criolla. Boves condujo a las masas oprimidas que, en 1814, enfrentaron sangrientamente a Bolívar” [21]
Por otra parte, es imposible soslayar el hecho indiscutible e indiscutido de que el pueblo llano del Perú fue el nervio del ejército realista asentado en los Andes y que conformó, sin duda, el grueso de sus filas. “El ejército estaba formado por 23.000 individuos de línea y 8000 milicianos. En ese poderoso ejército (para aquella época) hubo solamente 1500 españoles europeos. Todo el resto estuvo formado por peruanos.” [22]
Por otra parte, es imposible pasar por alto que, de Lima, de Arequipa, Cuzco y demás provincias peruanas, salieron las tropas criollo-indígenas que derrotaron, en Huaqui, al ejército enviado desde Buenos Aires.
Cuando San Martín desembarcó en las costas del Perú, los indios, en general, no se adhirieron, en los primeros tiempos, a las fuerzas revolucionarias y siguieron, por el contrario, fieles al virrey. Los indios lucharon como soldados bajo la bandera hispánica. Cuando el virrey La Serna abandonó Lima y se instaló en Cuzco, constituyó un ejército, integrado, casi totalmente, con indios que eran fieles a la monarquía española y contrarios a la independencia y, con este ejército indio, continuó la lucha hasta el final, en 1824.
Agudamente, Abelardo Ramos, analizando el proceso acaecido a partir de 1810, observó que:
“Oficiales españoles eran indios como Santa Cruz, que luchaba contra los americanos varios años antes de plegarse a la lucha por la independencia” Y que, curiosamente, “en los llanos venezolanos, o en Colombia, los españoles contaban con el apoyo de los más humildes, llamados castas, hombres de color, y que eran jinetes y combatientes de primera categoría.” [23]
Por otra parte, muchos pueblos originarios como los araucanos, se mantuvieron fieles, hasta el final, a la monarquía española y combatieron ferozmente contra los ejércitos independentistas.
Como bien destaca el historiador chileno, Eduardo Cavieres Figueroa, entre 1810 y 1818, período en que se gestó el proceso independentista chileno, la guerra entre tropas patriotas y realistas se libró en el centro de Chile, entre la región de La Serena por el norte y la región de Concepción por el sur, siendo los araucanos por lo tanto, ajenos a dicho proceso.
Sin embargo, esa situación cambiaría bruscamente por el desplazamiento del escenario bélico hacia el sur. En esa nueva etapa de la guerra, que se extendió hasta 1828, los españoles se instalaron en la Araucanía encontrando en el pueblo mapuche un poderoso y fiel aliado. La política del gobierno chileno para con la población indígena fue ambigua, y a pesar de que procuraron su amistad por necesidad, los mapuches apoyaron masivamente y, hasta último momento, a la causa realista en su guerra a muerte, contra el proceso independentista. [24]
Solo a modos de ejemplo, permítasenos citar que tan fuerte fue la lealtad de la mayoría de la población indígena a la Corona española y su rechazo a la independencia que el general del Ejército Real del Perú, don Antonio Huachaca – indio huantino- siguió combatiendo contra la Republica, junto con el pueblo huantino, hasta 1839. Con un ejército que llegó a contar cuatro mil hombres armados sólo de lanzas y hondas el general Huachaca llevó a cabo, durante casi dos décadas, una guerra de guerrillas que fue conocida como la guerra de los castillos de Iquicha, porque las altas cumbres andinas sirvieron de fortalezas para la resistencia monárquica del campesinado indígena. En esa guerra, las masas indígenas fueron acompañadas por el bajo clero católico que estuvo a cargo de la logística del ejército indio. Por esa acción los humildes curas de Ayacucho fueron excomulgados por el alto clero residente en Lima que estaba subordinado a las autoridades de la República.
Tres años después de la batalla de Ayacucho, el indio Huachaca, en una carta dirigida al prefecto, increpaba a las fuerzas de la República, diciendo: “Ustedes son más bien los usurpadores de la religión, de la Corona y del suelo patrio, ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante estos tres años de vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina de un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy?
¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros no cargamos semejante tiranía.” [25]
La guerra contra la República y la independencia terminó recién el 15 de noviembre de 1839 cuando las fuerzas indígenas firmaron el tratado de Yanallay. Así, la guerra de Iquicha concluía con un tratado de paz y no con una rendición, incondicional como habían buscado siempre las fuerzas republicanas.
Por haber olvidado su historia España abre hoy ingenuamente sus puertas a los descendientes del antiguo invasor musulmán. Por no recordar su historia prefiere a los rubios teutónicos antes que a sus hijos hispanoamericanos. Por hacer suya la Leyenda Negra, España olvidó que ningún hispanoamericano, moreno, indio, o criollo es extranjero en tierras de Isabel y de Fernando. Es por ello que, la Madre Patria creyendo estar libre, está subordinada, subordinada a esa Leyenda Negra,primer eslabón de su subordinación pasiva. De aquel remoto eslabón, se irán concatenando todos los demás eslabones que nos traen hasta el presente.
“La leyenda contra España erigida por los anglosajones, debe ser desarmada por los hispanoamericano, más que por los españoles”, postuló como principio político Hernández Arregui. “España tendrá que reconquistarse a sí misma desde América”, plantó como imperativo categórico el gran Unamuno.
Pues bien, esa reconquista ha comenzado esta noche aquí en Sevilla.
Marcelo Gullo en 1981, comenzó su militancia política contra la dictadura militar que, desde 1976 había usurpado el poder. Doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador, Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de Madrid, Magister en Relaciones Internacionales, por el Institut Universitaire de Hautes Etudes Internationales, de la Universidad de Ginebra.
Discípulo del politólogo brasileño Helio Jaguaribe y del sociólogo y teólogo uruguayo Alberto Methol Ferré, ha publicado numerosos artículos y libros, entre ellos Argentina Brasil: La gran oportunidad (prólogo de Helio Jaguaribe y epílogo de Alberto Methol Ferré); La costruzione del Potere; Insubordinación y desarrollo: las claves del éxito y el fracaso de las naciones (prólogo de Aldo Ferrer); La historia oculta. La lucha del pueblo argentino por su independencia del imperio inglés (prólogo de Pacho O’Donnell); Haya de la Torre: La lucha por la Patria Grande; y Conversaciones con Alberto Methol Ferre. Relaciones Internacionales. Una teoría crítica desde la periferia sudamericana.
Asesor en materia de Relaciones Internacionales de la Federación Latinoamericana de Trabajadores de la Educación y la Cultura (FLATEC) . Profesor de la Maestría en Estrategia y Geopolítica de la Escuela Superior de Guerra y de Universidad Nacional de Lanús. Prosecretario del Instituto de Revisionismo Histórico Nacional e Iberoamericano Manuel Dorrego. Asesor la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados de la República Argentina.
[1] Al respecto ver ARON, Raymond, Paix et guerre entre les nations (avec une presentation inédite de l’auteur), París, Ed. Calmann-Lévy, 1984.
[2] . MORGENTHAU, Hans, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1986, p. 86.
[3]. HERNÁNDEZ ARREGUI,, Juan José, Nacionalismo y liberación, Buenos Aires, Ed. Peña Lillo, 2004, p. 140
[4]Hernández Arregui, Juan José, ¿Qué es el ser nacional, Ed. Peña Lillo, Buenos Aires, 2005, p. 24.
[5]. RAMOS, Jorge Abelardo, Historia de la Nación Latinoamericana, Ed. Dirección de publicaciones del Senado de la Nación, Buenos Aires, 2006, p. 34.
[6]. Ibíd., p. 34.
[7] HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 7.
[8]Vargas Llosa, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo. https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
[9] HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 29.
[10] VARGAS LLOSA, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo. https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
[11] YURMAN, Pablo, Instantes decisivos de la Historia argentina, Buenos Aires, Ed. Imago Mundi, 2018, p.XI.
[12] PERON, Juan Domingo, La comunidad organizada y otros discursos académicos, ed. Machaca Guemes, Buenos Aires, 1973, p. 138.
[13] MARIATEGUI, José Carlos, 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Ed. Amauta, 1994, Págs. 169 y 170.
[14] PUIGGROS, Rodolfo, La España que conquistó el Nuevo Mundo, Buenos Aires, Ed. Altamira, 2005, p. 17.
[15]VARGAS LLOSA, Mario, Leyendas negras que horadan el poder del enemigo. https://www.lanacion.com.ar/2172654-leyendas-negras-horadan-poder-del-enemigo
[16] RAMOS, Jorge Abelardo, op.cit., p. 83.
[17] HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, op. cit. p. 25.
[18] El 27 de febrero 1767 el rey de España Carlos III dictó la pragmática sanción por la que expulsó a la Compañía de Jesús de todos los dominios de la monarquía española. En una sola noche, la del 2 al 3 de abril de 1767, todos las casas, residencias, universidades, iglesias y colegios pertenecientes a los jesuitas en España y en América fueron brutalmente invadidos por las tropas del rey Carlos III. Dos importantes consejeros del monarca, ligados, a través de la Masonería, a la diplomacia británica, el conde de Aranda y el futuro conde de Floridablanca, fueron los principales responsables de la operación. Unos 6.000 jesuitas fueron violentamente detenidos, amontonados en las bodegas de los buques de guerra españoles y transportados a los Estados Pontificios, donde fueron arrojados a la playa sin contemplación alguna. El conjunto de la operación española, que había requerido catorce meses de preparación, fue uno de los más importantes triunfos del espionaje secreto británico.
[19]. ROSA, José María, Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, Ed. Huemul, p. 21.
[20]. TRIAS, Vivian, Juan Manuel de Rosas, Montevideo, Ed. De la Banda Oriental, 1970, p. 14.
[21] HERNANDEZ ARREGUI, Juan José, Nacionalismo y liberación, op.cit., págs. 86 a 89.
[22] ALBORNOZ Santiago, EL Perú más Allá de sus Fronteras, Buenos Aires, Ed. Del Autor, p. 28
[23] RAMOS, Jorge Abelardo, op. cit. p.127.
[24] Al respecto ver, CAVIERES FIGUEROA, Eduardo, Revista Historia Contemporánea Nª 27, Santiago, 2009, págs. 75-98.
[25] ALTUVE FEBRES LORES, Fernán, Los reinos del Perú. Apuntes sobre la monarquía peruana. Lima, ed. Febres y Dupuy, 1996, p. 214.
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